domingo, 20 de octubre de 2013

Idas, venidas y Cascanueces.

Cuando veo fotos generalmente derramo una que otra lagrima. Veo lo que fuimos y lo que somos ahora. Las transformaciones que hemos sufrido, las que realmente hemos sufrido y también de las otras, esas que amamos pero que no vemos porque se esconden atrás de la puerta del olvido, o bien, por culpa de la poca observación que tenemos de nosotros mismos.
Hace unos días, intruseando el closet en que mi madre guarda una no despreciable cantidad de fotografías, me paso lo mismo. Ese closet guarda la historia de nuestras vidas y cada álbum de fotos que hay ahí, registra cada momento desde que éramos unos pequeños saltarines hasta alcanzar la madurez obligada por el tiempo.
Y ahí estabas tu, ahí estaba yo, ahí estaba el otro tu, el mas grande. Pequeños saltamontes que pensaban en solo jugar. Tu con tus legos, yo con mis playmovil, y el otro tu, el mas grande, nunca he podido recordar con que jugabas. La diferencia de edad nos jugo una mala pasada. 
Y recordé miles de cosas. Las guerras de cama a cama con cañones improvisados de cartón. Militares invadiendo el cuartel enemigo. Las guerras con pistolas que nada más disparaban diversión y agua y uno que otro reto de Odette porque le arruinábamos el encerado. Las sesiones de Break dance cuando nos quedábamos solos que después pasaban a tétricas historias de terror alumbradas solamente por una lámpara y por nuestra imaginación voraz. Tu famosa preferencia por Creaciones y el Cascanueces por sobre las bolitas, el pillarse y uno que otro juego de calle. Las vacaciones y nuestros eternos juegos en los videojuegos gracias al famoso tarro de monedas de Calugo que fielmente todos los años y a través de ellos, abría unos días antes de irnos a vacaciones. Las comilonas en la fuente alemana, los completos de Domino y la pizzas de Da-dino y como casi corríamos por seguirle el tranco a los viejos caminando por el centro de Santiago. Pero también recuerdo como me atormentaba ver tus dolores de huesos, tus constantes enfermedades, paperas, amigdalitis, hepatitis y un largo listado de etcéteras. Como olvidar el día en que te operaron de las amígdalas y como yo, cuando te entre a ver, no pude decir nada. Tal vez el shock infantil me dejo helado y no pude decir ni siquiera el Te Quiero hermano que revoloteaba en mi pensamiento y que por problemas de tartamudez y nervios nunca fue traducido a palabras. Pero sabes, esa vez fui feliz, porque, primero, no hablabas mucho, y segundo, fue la temporada en que cuando mas he comido helado en toda mi vida. 
Y te vi crecer, nos vimos crecer y te vi como empezabas a crear cosa a tu alrededor. Como te sumergías en un mundo de letras que hasta hoy llevas como una manda. Aprovechando este momento de sensibilidad intercontinental, debo confesarte algo, debo declarar y confesar que mi afición por la letra escrita, nació de tu intento por hacer la tuya. Las canciones para tu banda y tus pensamientos puestos en una pequeña libreta negra de borde rojo, la que fue invadida por mi curiosidad, fue la que dio el puntapié inicial en este afán de encontrar la letra perfecta, la coma justa y el suspensivo en su lugar…… 
Tal vez nunca conoceré tus secretos de esos años, pero me basta con saber de ti lo que se ahora. Solo te veía con tus pelos levantados con cola fría, tus botas militares y tu banda, si, tu banda. Tus ensayos en la casa cuando el otro tu, el más grande, (ya se había ido) y la gran cantidad de personajes que paso por esa casa, nuestra casa, que nació desde un cuadrado diminuto hasta ser el gran templo que fue para todos.
Crecimos, otra vez, y más. Nos hicimos más cómplices. Compartíamos gustos, otros gustos y tu curiosidad musical te hacia preguntarme una y otra vez que banda tocaba esta o esta otra canción. No recuerdo cuantas veces te dije que Hey Jude era de los Beatles y que los Rolling Stones se llaman así por una canción de Muddy Waters.
Y crecimos otra vez. Completaste tu historia con la historia que conocemos y cuando todo ya no dio para más, al poco tiempo del otro tú, el más grande, decidiste también cruzar el charco, abandonando todo. Y te creí. Siempre supe que no ibas a volver. Desde que me despedí de ti cantándote una canción y leyendo una carta de despedida, que hasta donde sé, aun la guardas. 
Te creí y te creo aun, porque se como eres y se que aunque te duela el alma, nunca miras hacia atrás y cuando lo haces es solo para buscar recuerdos que reconfortan el alma. 
Y el tiempo paso y seguimos creciendo, los tres, y un día, apareciste. Con una pequeña silueta a tu lado, esa que nos habías contado. Venia aferrada a tu mano como si se fuese a perder en esta larga y angosta franja de tierra. Silueta de sonrisa franca y reveladora. De ojos radiantes incapaces de esconder sensaciones y expresiones. Si, ella, con la que se arrancaron el corazón y la cabeza mutuamente, y cuando aparecieron, fueron una bocanada de aire fresco. Se lleno otra vez el estanque de la paciencia de estar lejos y todo fue como hace años. Faltaron solo los cañones improvisados, los cuarteles, las pistolas y Cascanueces.
Tu pequeña silueta, se hizo compinche de la silueta que me acompaña y tal vez compartieron alguno que otro secreto de manzanas, de esos secretos que las mujeres esconden como su ropa interior. Nuestra complicidad de hermanos, se hizo aun mas agudo y la verdad es que no recuerdo otra vez que haya sido una complicidad tan cómplice, y después, te fuiste otra vez y el tiempo paso sin darme cuenta hasta el día que me dijiste que te casabas. 
Si me preguntas si me puse contento, si, si lo hice. Porque en el tiempo que conocí a la pequeña silueta que te acompañaba con cara de pánico en el aeropuerto, supe que la clase de mujer que tenias a tu lado, no la ibas a dejar ir y que sin decir palabras habías admitido que a tu corazón ya se lo habían comido.
Algún día te contare la historia de los salmones para que puedas entender el concepto de que lo que sentí cuando lo supe, era que habías encontrado tu rio de origen. 
Te vi crecer e irte muchas veces y sin duda sigues creciendo y sin dudas yo también lo hago pero hay veces, como en estas ocasiones, que me gustaría no hacerlo mas y parar el tiempo impune y quedarme pegado en esas fotos, en esos juegos, en esa complicidad y que mis zapatos no se muevan del camino que fotografiamos en el norte de Chile, congelados para siempre en esos cañones de cartón, trincheras con soldaditos de plástico y por supuesto y de una vez por todas, sentarme a mirar contigo el bendito Cascanueces. 

Salud y felicidad eterna para ustedes. Brindo por eso.

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